| 13/11/2018
Día del pensamiento nacional
El 13 de noviembre de 1901 nació en la localidad bonaerense de Lincoln el político, ensayista y polemista Arturo Jauretche. Militante radical en su juventud, fue uno de los fundadores del movimiento Forja. En 2003 el Congreso de la Nación mediante la ley 25.844 instituyó al 13 de noviembre como “Día del Pensamiento Nacional”, en su homenaje.

“El sistema habitual con el que se ha pretendido en la Argentina anular o esterilizar la fuerza de un luchador político después de su muerte ha consistido, por lo general, en rescatar aquellos elementos puramente anecdóticos, lo epidérmico más trivial de una biografía.

No se debe permitir que se haga lo mismo con Arturo Jauretche. Hasta es posible adelantarse a pronosticar cuáles serán los datos que se pretenderá destacar de su biografía. Hablarán de su perpetua corbatita de cinta, de su blando fungi gris, del poncho que portaba sobre el hombro, de su amistad con Raúl Scalabrini Ortiz, de su presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires, de sus últimos cargos en Eudeba y el Fondo Nacional de las Artes y -por supuesto- mencionarán su duelo con el general Larcher y también aquel programa de televisión en el que alguien lo calificó de nazi y Jauretche lo corrió con un facón por el estudio.

Nació el 13 de noviembre de 1901 en Lincoln, provincia de Buenos Aires, un pueblo al que -como explicó- le agregaron una “n” al final del nombre para que en lugar de recordar al cacique Lincol, los escolares de la zona evocaran al presidente norteamericano.

Expulsado de la Facultad de Derecho a poco de la revolución del 30, junto con Homero Manzi, por su decidida militancia yrigoyenista, pudo reingresar en 1932, y ese mismo año se recibió, pero nunca fue un abogado tradicional. Quizá porque la política no le dio demasiadas treguas. En diciembre de 1933 participó en el levantamiento de Paso de los Libres; tras el combate fue hecho prisionero y en la cárcel escribió el estupendo poema que lleva el título de la batalla, al que nada menos que Jorge Luis Borges (todavía insertado en la línea nacional) le puso prólogo.

Después del fracaso de la revolución encabezada por el coronel Roberto Bosch, Jauretche, al abandonar la cárcel, lanzó la idea de fundar una nueva corriente dentro del radicalismo que rescatara las banderas nacionales de Hipólito Yrigoyen, y el 29 de junio de 1935, con un grupo de afiliados, entre los que figuraban Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Juan B. Fleitas, Homero Manzi y Manuel Ortiz Pereyra, entre otros, fundaron Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Poco después se agregaría al grupo uno de sus principales animadores: Raúl Scalabrini Ortiz.

Según sus propias palabras, “la tarea de Forja no fue hacer liberalismo, ni marxismo, ni nacionalismo sino contribuir a una comprensión en la que el proceso fuera inverso y que las ideas universales se tomaran sólo en su valor universal, pero según las necesidades del país y según su momento histórico lo reclamasen. En una palabra, utilizar las doctrinas y las ideologías y no ser utilizado”.

De acuerdo con esos postulados, los forjistas se encargaron de mostrar las relaciones entre la oligarquía nativa y el imperialismo británico, practicaron el revisionismo histórico como una manera de señalar las constantes de una política de entrega, y denunciaron cada una de las maniobras efectuadas durante la década infame.

El 15 de diciembre de 1945, el grupo se disolvió porque el pensamiento y las finalidades perseguidas al crearse Forja ya habían sido cumplidos dos meses antes.

A la caída del gobierno popular en setiembre de 1955, Jauretche volvería a la lucha y al mismo tiempo daría principio a una nueva etapa de su acción política; ya no se trataba del orador de barricada, a partir de ahora, Jauretche sería un modelo de intelectual argentino, ajeno por completo a los modelos habituales. En sus libros sus compatriotas encontrarían las claves de la dependencia y el coloniaje.

En 1955, desde la clandestinidad y mientras preparaba los originales de un periódico de combate, El 45, Jauretche respondió al Plan Prebisch desde su libro Retorno al coloniaje, con el que desarmó el andamiaje de argumentos del especialista de la Cepal, llamado por el gobierno de la revolución de setiembre para que restableciera los lazos del coloniaje económico quebrado por el gobierno popular.

Dos años después publicó Los profetas del odio, y a través de los ejemplos de ciertos intelectuales, en especial Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada, fustigó a la intelligencia nativa.

Finalizaba aquel volumen haciendo un llamado a reconocer aciertos y errores para no volver a equivocarse en el futuro. Y definía: “Ni el proletariado, ni la clase media, ni la burguesía, por sí solos pueden cumplir los objetivos comunes de la lucha de la liberación nacional. El movimiento debe revestir la forma piramidal que tuvo en su origen y que es típica de todo proceso de liberación.”

En Política y ejército y un breve folleto publicado como separata del semanario Qué en 1958, planteó una nueva geopolítica cuyas raíces podían encontrarse en la antigua posición de Forja.

En Prosa de hacha y tiza (de 1961) y Filo, contrafilo y punta, de tres años después, recogió lo más vitriólico y esclarecedor de su prédica periodística, contra lo que él bautizó “la tilinguería”, “las señoras y los señores gordos”, los “fubistas” y la tontería izquierdista o conservadora.

En El medio pelo, su libro más notorio, Jauretche se encargó de mostrar, como en una fotografía cruel, los tics de una clase que pretendió -y pretende- copiar modelos de segunda mano. Mediante una actitud puramente empírica, basada en la experiencia más directa (porque burlonamente desconfiaba de supuestos rigores científicos), efectuó una humorística y lúcida disección de ciertos sectores de la sociedad argentina.

Para entonces ya su estampa se había popularizado entre los jóvenes, que lo sentían uno de los suyos. Sus libros andaban de mano en mano y sus viejas doctrinas, aquellas que eran tercamente silenciadas durante la década infame, se aplicaban como ideología rectora del movimiento nacional.

Desde la vereda opuesta, como ahora ya no era posible la conspiración del silencio, se trató de disminuir su imagen.

Para muchos era sólo un “loco lindo”, un personaje pintoresco. Los más exquisitos mentaban la chabacanería de su estilo. Pero pese a todo era ya imposible una discusión seria. Jauretche, pero esencialmente su ideología nacional, se había hecho carne entre la mayoría de los argentinos.

En los últimos tiempos más de una vez se le preguntó si nunca había anhelado un cargo público de primera línea.

Jauretche siempre respondía: “Es lógico que no se me haya llamado porque la revolución devora a sus padres, no a sus hijos, porque los padres, por revolucionarios que sean, están conformados por un mundo de hábitos, gustos, ideas, de todo lo cual no es posible desprenderse como de un traje.”

Semblanza de Jauretche, en “Un intelectual ajeno a los modelos habituales”, nota de Horacio Salas publicada en la revista La Maga, nº 54 del 27 de enero de 1993.

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